El fuego se originó ayer en un almacén del Comité Internacional de la Cruz Roja con importantes reservas de comida y ayuda, incluyendo miles de paquetes de alimentos.
El siniestro dejó al menos 190 muertos y más de 6.500 heridos y devastó partes importantes de la capital de un país ya muy golpeado por una grave crisis económica y política.
La tragedia atizó la indignación de la población, que padece desempleo y una desvalorización de su divisa, y que desde hacía tiempo ya denunciaba la incompetencia y la corrupción de la clase dirigente.
Desde el 4 de agosto fueron principalmente las ONG y los voluntarios quienes acudieron en ayuda de una desvalida población, mientras que las autoridades eran criticadas por su escasa movilización ante este drama.
La enorme explosión de agosto fue provocada por una cantidad importante de amonio de nitrado almacenado desde hace seis años sin medidas de seguridad, según confesaron las propias autoridades.
En el depósito había unas 2.750 toneladas de este fertilizante químico, también utilizado como componente de explosivos.
«El incendio (del jueves) no puede en ningún caso justificarse», afirmó hoy en Twitter el primer ministro libanés designado, Mustapha Adib, que intenta formar nuevo gobierno después de que el precedente dimitiera tras la explosión.
Adib pidió a los responsables que «rindieran cuentas», para «impedir que se reproduzcan semejantes dolorosos acontecimientos».