Las causas de la crisis no hay que buscarlas en el resultado de las últimas elecciones, sino que evidencian la inconsistencia e insustentabilidad de un modelo económico

Lacunza

Continúa la tormenta financiera en Argentina, pero esta vez la incertidumbre sobre el futuro económico del país tocó su punto máximo. El riesgo país superó esta semana los 2.000 puntos, el máximo en catorce años y el banco central no para de perder reservas. Después del lunes negro llegaron el martes y miércoles negro, con ventas por parte de la autoridad monetaria de más de 300 millones sin poder contener el precio del dólar, que subió $60 en el banco Nación.

Nuevamente como ocurriera con la crisis del año 2001, el FMI tiene en sus manos el futuro de todos los argentinos y argentinas, si autoriza o no el desembolso de u$s 5.400 millones previsto para el 15 de septiembre.

De no hacerlo, la situación se tornaría insostenible. Las reservas quedaron por debajo de los 57.500 millones. Solo en agosto se perdieron más de 11.000 millones y prácticamente los 44.800 millones de dólares que ya desembolsó el Fondo desde julio de 2018 se han esfumado por completo en fuga de divisas y repago de deuda. Descontando el efecto de todos los componentes espurios que incrementan ficticiamente el volumen bruto de reservas, solo alrededor de u$s 13.000 millones son de libre disponibilidad.

La presión se ha sentido en los bancos, con retiro de depósitos por u$s 2.400 millones después de las PASO. Se aproximan nuevos vencimientos de Letes en dólares por u$s 1.600 millones que podrían drenar más las reservas si no se renuevan de Lecaps en pesos, que podrían sumar más presión al dólar. Hasta diciembre son unos u$s 15.000 millones que vencen. La tasa de Leliq, que está en un 75% y pareciera no tener efecto para contener la divisa estadounidense.

La corrida se intensificó y el gobierno apeló a que los exportadores se tengan que financiar en pesos, una forma de obligarlos a liquidar dólares y ampliar la oferta en forma desesperada. El salto del dólar es más inflación para los próximos meses, que en el año llegaría al 55%.

Este panorama sombrío no hace más que confirmar otro fracaso del neoliberalismo en el país, como ocurrirá en la segunda mitad de la década del 70 y en los ’90 con la convertibilidad.

Todos los augurios del esquema de liberación y desregularización económica fracasaron.

El mismo acuerdo con el FMI versaba sobre crecimiento económico, creación de empleo, desendeudamiento y baja de la inflación. La realidad asestó un duro golpe a las intenciones de quienes buscaban que el país transite hacia el desarrollo con este tipo de modelos, que no tiene en cuenta nociones básicas y estructurales del funcionamiento de las economías de la periferia.

Desde el gobierno salieron a culpar al candidato ganador de las PASO, Alberto Fernández, por sus declaraciones sobre el FMI de lo que está ocurriendo, desentendiéndose de la propia embestidura presidencial, de los casi cuatro años al mando del ejecutivo y de que todavía no ha concluido el mandato, pudiendo tomar todas las medidas que el marco normativo le confiere como uno de los poderes de la república.

Así, las causas de la crisis no hay que buscarlas en el resultado de las últimas elecciones, ni en declaraciones para la prensa o en el miedo de que vuelva el populismo.

Solo la inconsistencia e insustentabilidad de un modelo económico basado en un esquema de valorización financiera, la importación de manufacturas en detrimento de la industria nacional, el crecimiento de los sectores rentísticos ligados a la exportación de commodites agropecuarias y a la provisión de servicios públicos. Esa es la razón de quedar nuevamente el país esté a las puertas del abismo.

El tamaño del endeudamiento público, de unos u$s 107.000 millones en cuatro años coincide con la fuga de capitales.

La deuda adquirida por el gobierno hoy son recursos perdidos, mientras la sociedad deberá afrontar un futuro muy duro para hacer frente a los compromisos. La contracara del recorte del gasto público, es el enorme salto en los intereses de la deuda.

En los próximos cuatro años, los vencimientos ascienden a u$s 180.000 millones, una carga demasiado pesada para las necesidades de una población empobrecida, lo que constituye un duro golpe al desarrollo para el país. Los anuncios del día ayer no son más que la asimilación de este programa financiero, y la claudicación de una gestión económica que esperaba una lluvia de inversión, pero solo generó una lluvia ácida que terminó devastando toda la economía.