por José María Frías
Como ya sabemos, es imposible de recorrerlo en forma completa; además, sigue creciendo. Cada Sección, tiene sus propias características y economías regionales. También sus historias, que iremos descubriendo en cada viaje imaginario que haremos juntos.
Esta vez, les propongo que me acompañen a un recorrido, por tierra, con cruces en balsas, por las islas de Campana; para llegar al edificio histórico del recreo Blondeau, que tuvo su auge en épocas en que esta hermosa zona estuvo muy habitada; y donde descubrí una de esas historias.
Para llegar temprano por tierra, con tiempo y buen tiempo, desde el continente, hay que tomar por el Barrio Otamendi, luego el camino mejorado de la Reserva Natural que lleva el mismo nombre, hasta llegar al rústico embarcadero del Río Paraná de las Palmas.
Allí, nos espera una gran balsa vehicular para cruzarlo. Ese breve trayecto embarcado, para alguien que nunca lo hizo, es raro y emocionante: de repente estás en el medio de ese ancho río, con tu vehículo (auto, camioneta o bicicleta). Te pones ansioso para llegar rápido al otro extremo, y a la vez, querés disfrutar viendo para todos lados y que no pase nunca el momento. Y esa es recién la primer balsa.
Una vez en la orilla isleña, y avanzando unos kilómetros por un largo camino de tierra, rodeado de naturaleza, a la excepción de planta de la Experimental del INTA y un destacamento Policial; llegamos a la segunda balsa vehicular: la del angosto arroyo Las Piedras, que es operada por un empleado (después de la experiencia de la primer balsa, y viendo que es corto este trayecto, uno lo toma con mas naturalidad).
Finalmente, luego de unas dos horas de viaje, arribamos a las costas del encuentro entre el Canal Alem y el Río Carabelas, donde nos encontramos con una escuela; otro destacamento policial y una nueva balsa vehicular, que nos cruzará por el canal hacia nuestra meta de hoy: el tradicional e histórico edificio de lo que fue el recreo Blondeau; que tuvo sus inicios allá por 1921 como almacén de ramos generales.
Allí, descubrí en su viejo salón de fiestas; varios cuadros con pinturas muy antiguos; y pude averiguar algo de sus orígenes:
Fueron hechos por un titiritero que, al conocer ese lugar, se enamoró de la belleza y poesía del Delta, prolongando su estadía.
No se conoce el nombre de ese titiritero (ni tampoco la fecha exacta de cuando fueron pintados aquellos cuadros) pero sí se sabe, que era un francés que se hospedó durante varios meses y cuando en 1928 se inauguró el salón ya estaban los cuadros colgados en el mismo lugar.
Las pinturas representan paisajes de ese lugar de la isla.
Este sitio, con los efectos de la humedad típica del lugar y el paso del tiempo, es uno de los más importantes de esas islas. Por ello, fue declarado de Monumento Histórico Municipal.
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