Salir de los cánones de la sanación y adentrarse en las vibraciones. Acostarse, cerrar los ojos e iniciar el viaje.

 

Los cuencos tibetanos son una fuente de energía, que, al ser golpeados o frotados, producen un sonido fundamental del cual se desprenden otros sonidos más agudos, que guardan una relación armónica entre sí.

Esa energía viaja por el todo el interior, desde los huesos, la carne y hasta las células, curando y ayudando a sanar, armonizando la mente y el cuerpo.

El Universo está compuesto por átomos. Lo más maravilloso e increíble del átomo es el hecho de que algo tan sólido y aparentemente estático como una roca esté íntegramente formado por partículas en continua vibración. Según como se combinen entre si producirán distintos tipos de energía vibrante, que se organizan en ritmos y ciclos.

Estamos inmersos en un mundo de energías que se manifiestan ante nosotros de diferentes modos. Esa energía emite diferentes vibraciones, que nos atraviesan de todas formas, influyéndonos.

La naturaleza tiende a vibrar en armonía (o a buscarla si es que por alguna circunstancia se perdió) desde sus conformaciones más pequeñas e invisibles a nuestros ojos, hasta lo más grande, como el sistema cósmico.

El sonido es una parte integral de nuestras vidas. Desde antes de nacer el ser humano se encuentra rodeado de sonido: los latidos cardiacos de la madre, los de su respiración, y una primera experiencia amortiguada del mundo exterior.

Es decir, vivimos en un mundo de sonidos. Sonidos que se oyen y otros que no. Sonidos musicales y caóticos. Sonidos familiares y extraños. Sonidos agradables y sonidos inquietantes. Sonidos que destrozan y sonidos que curan.

El sonido se genera como un movimiento vibratorio de partículas y de objetos. Las vibraciones que producen el sonido, representan una energía que se encuentra en toda la naturaleza, no solo en nosotros y en nuestro mundo, sino mucho más allá, en las regiones de los satélites, las estrellas y el universo.

A escala cósmica, el sonido es una fuerza universal e invisible, capaz de producir cambios profundos a muchos niveles (físico, emocional, espiritual)

La terapia del sonido aplicada con los cuencos tibetanos tiene un efecto curativo muy potente. El paciente se estira en una camilla, cierra los ojos, y exclusivamente se concentra en el sonido que produce el terapeuta al tocar los cuencos tibetanos.

Los cuencos tibetanos fueron creados con conciencia e intención y son utilizados como guías en ritos ceremoniales, viajes astrales, el despertar de la conciencia y en la curación de enfermedades tanto a nivel físico, psíquico, mental, emocional y espiritualmente.

¿En qué se basa la terapia del sonido con cuencos tibetanos?

Toda terapia basada en el sonido, contiene el principio de resonancia, por el cual una vibración más intensa y armónica contagia a otra más débil, disonante o no saludable.

El principio de resonancia designa la capacidad que tiene la vibración de llegar más allá, a través de las ondas vibratorias y provocar una vibración similar en otro cuerpo. Es decir, es la capacidad que tiene una frecuencia de modificar a otra frecuencia.

Una de las características de la terapia del sonido con cuencos tibetanos son los armónicos. Cada vez que se produce un sonido aparecen los armónicos. Éstos tienen efectos altamente beneficiosos sobre el cuerpo y el campo energético.

Beneficios de la terapia sonora

El médium Edgar Cayce predijo que el sonido sería la medicina del futuro. Los grandes expertos en terapia de sonido descubrieron científicamente que mediante el sonido se puede conseguir la auto-destrucción de las células cancerosas y la curación de infinidad de enfermedades.

Los cuencos tibetanos son instrumentos de curación, sanación, relajación y meditación, ayudándo a establecer una vibración saludable en todo nuestro organismo, tanto a nivel físico, mental o psicológico, emocional y espiritualmente.

Son un medio maravilloso para equilibrar los chackras y cambiar la conciencia desde un estado alterado de ansiedad y estrés hacia un estado de paz, relajación y serenidad, induciendo estados de sanación espontánea y estados místicos y elevando la frecuencia vibratoria.

Las personas que experimentaron un masaje sónico con cuencos tibetanos pudieron observar grandes cambios, mayor claridad mental, aumento de la creatividad, de la concentración, visión de futuro y una gran sensación de paz. El resultado es un individuo más productivo, más centrado, más feliz, más sereno, más equilibrado, más en paz consigo mismo.

Existe un espacio de paz en el interior y los cuencos tibetanos ayudan a entrar en él, a resonar con la verdadera conciencia o yo superior y con ese sentimiento de paz y serenidad que todos llevan dentro.

A nivel físico se utilizan en la curación de cualquier enfermedad; para recargar el sistema energético, para aliviar el sufrimiento y el dolor (incluye el dolor emocional), para eliminar inflamaciones, para estados de ansiedad, angustia, estrés, depresión, tristeza, insomnio, hiperactividad.

Hace que los sistemas biológicos funcionen con más homeostasis; calma la mente y con ello el cuerpo y tiene efectos emocionales que influyen en los neuro-transmisores y los neuro-péptidos, que a su vez ayudarán a regular el sistema inmunitario, el sanador que llevamos dentro.

Un poco de historia

Según el gran maestro bodhisattva tibetano Gwalwa Karmaza, los cuencos cantores del Tíbet emiten el sonido del vacío, que es el sonido del universo manifestándose.

Cuentan los historiadores que el origen de los cuencos tibetanos se remonta a 2.400 años atrás, en la época de Siddhartha Gautama o Buda Gautama, a partir de allí el uso de los cuencos se extendió por todos los Himalaya convirtiéndose en una herramienta muy común para usos culinarios como recipientes utilizados en rituales para sacrificio de animales o como instrumento musical para amenizar las veladas de las largas noches de invierno, en las reuniones de campesinos alrededor del fuego para contar historias. También se usaron como ofrenda de rituales a sus Dioses y Deidades, por esta razón el sonido tenía que ser Puro y Universal.

Su origen es incierto. Según cuentan la historia, fueron los monjes tibetanos que, tras caer un meteorito, hicieron los primeros cuencos con esa aleación “planetaria”. Primero los usaron como recipientes para sus comidas, pero luego descubrieron sus poderosos sonidos y los incluyeron en sus ceremonias.

Originalmente, los cuencos estaban hechos de forma absolutamente artesanal, su aleación era la combinación de oro, plata, bronce, zinc, níquel, hierro y antimonio, tras la fundición de los citados metales extendían la aleación y le iban dando forma circular a base de delicados golpes pero precisos hasta que tomaban la  forma que conocemos, por este motivo los cuencos originales, estas preciadas obras de artes, dignas del mejor de los museos, presentan un aspecto rudimentario,  en el que se pueden apreciar las hendiduras y el trabajo del hombre.

Actualmente son hechos en Bután, Nepal, India y Tíbet. Hay cuencos de metales y de cuarzo. Los más conocidos son los tibetanos, forjados de manera artesanal, con una aleación de 7 metales: plata, oro, mercurio, estaño, plomo, cobre y hierro. Pero del Tíbet queda su nombre, misticismo y forma de manufacturación, ya que la mayoría de los cuencos son fabricados principalmente en Nepal e India.

Otro aspecto para destacar es que al momento de ser elaborados estos tazones cantadores, se utilizan los cuatro elementos, Agua, Tierra. Aire, Fuego.