Jésica Azcurraire, vecina y asambleísta de La Poderosa Villa 21, describió el grave hecho de violencia policial: «Pensamos que nos mataban», relató.

 

Prefectura Nacional detuvo por la noche a un fotógrafo de la Garganta Poderosa, a un vecino y a su hermana, luego de que el periodista filmara un operativo ilegal de los efectivos frente a la casa de Iván Navarro, el joven que sufrió golpes, amenazas, torturas y que se animó a contarlo durante el juicio oral contra seis agentes de Prefectura por su accionar en el mismo barrio.

El fotógrafo había filmado cómo los efectivos baleaban la casa de Iván, uno de los testigos en el juicio por las torturas de Prefectura en el barrio. Iván precisó cómo en la noche del 24 de septiembre de 2016 seis prefectos lo detuvieron a él y a un amigo en forma ilegal, los esposaron, los golpearon y amenazaron con matarlos a tiros u obligándolos a arrojarse a las aguas del Riachuelo.

“Es la misma Prefectura que torturó a Iván y Ezequiel, esa misma que denunciamos esta semana por seis casos similares en los últimos dos meses, esa misma que tiene 6 agentes con prisión preventiva por hostigarnos, esa misma que acaba de ingresar al domicilio de nuestro fotógrafo, para golpearlo y seguir golpeando a otro menor que acababan de maltratar”, denunciaron en la página web de La Garganta Poderosa.

Por Jésica Azcurraire

Todavía no entiendo nada. Sigo adentro de una película de terror que comenzó anoche, cerca de las 11, cuando varios prefectos realizaron una requisa y empezaron a verduguear a mi sobrino de 16 años, que terminó cagado a palos como tantos pibes. Se había ido a jugar al fútbol y llegó a casa con toda la cara hinchada, corriendo, desesperado. Al escucharlo, salimos para pedirles explicaciones a los prefectos, pero mi hermana cometió la “imprudencia” de preguntarles a los uniformados por qué le habían pegado así a su hijo, ¡un menor! Ahí nomás, la respuesta fue clarísima: “Cerrá el orto”. Y la segunda, cuando ya eran más de 40 uniformados, no necesitó palabras: se abalanzaron sobre nosotros literal y brutalmente, desatando una cacería que les permitió cagar a tiros el frente de la casa de Iván Navarro, cuya familia debería prestar testimonios esta misma semana, en el primer juicio oral que logramos elevar por torturas de la misma Prefectura, en este mismo barrio.

Largada su razzia, una vez más, veo cómo la Prefectura empieza a lanzar gases en el pasillo donde vivimos y corro lo más rápido posible para entrar a casa, creyendo que nos pondríamos a salvo. Pero no existe ley para ellos, cuando de la villa se trata: automáticamente comenzamos a escuchar cómo pateaban el portón, cada vez más fuerte, hasta dejarlo como un papel rasgado. Entraron, sí, como si nada. Todos hombres, cinco, me agarraron de los pelos, me apretaron el cuello, me patearon las piernas y me dieron con sus palos, hasta que uno me puso contra la pared, manoseándome las tetas. Aterrada, grité: «¡Soltame, me estás tocando!». Y peor, me estrujó como una bestia: «Callate, puta de mierda. ¡Callate, la re concha de tu madre! Negra de mierda, sucia, bocona».

Al costado, la represión contra todos los vecinos continuaba recrudeciéndose y mi compañero no podía ayudarme, porque lo estaban sacando a las patadas, ¡justo a él! No hay nadie que no lo conozca en el barrio, como vecino, como laburante y como activista de nuestra asamblea. ¡Estaba durmiendo la siesta! Y horas antes había estado ayudando con las obras en nuestra «Casa de la Mujer». ¡Pero qué importa! Con la mayor impunidad jamás vista, gritaban: “Chúpenlo, no importa, ¡agarren a cualquiera!”.

Dicen que «secuestraron un palo», sí, ¿saben qué palo secuestraron? El palo que cierra la puerta de nuestra casa, porque lamentablemente no tenemos ni una cerradura, entonces usamos ese «palo» para evitar el ingreso de todas las personas civilizadas que necesitan aplaudir o tener una orden de allanamiento para entrar, cuando no pueden valerse de las armas y la impunidad del Estado.

Siempre con su cámara cerca, mi hermano Roque intentó registrar toda esa locura, pero no llegó a filmar nada porque se lo llevaron también, en cuanto se presentó como fotógrafo de La Garganta, ¿entienden? Su único delito fue haber descongelado tres empanadas y haber tomado su herramienta de trabajo cuando un operativo ilegal de la Prefectura se metió a nuestra casa, rompiendo la puerta a las patadas. Pero no conformes con llevarse a mi hermano y mi compañero, nos volvieron a reprimir y se llevaron a mi hermana, para pasearla durante 80 minutos en patrullero, mientras nos negaban su presencia en la comisaría que señalaba el Juzgado.

¡Basta, por favor!

Pensamos que nos mataban.
Y sí, otra herida nos hace temblar, quedamos aterrados.
¡Pero nunca más en la vida, nos vamos a quedar callados!