Integrantes de La Garganta Poderosa viajaron a las islas y publicaron un texto sobre las islas. Los representantes de la revista popular armaron una asamblea en las islas.

Más bien, ¿qué te pensás? Yo también quiero la paz y, cuando miro pasmado la bandera de Inglaterra, me siento ametrallado por el pasado en ese mismo momento, desorientado frente al concierto de 649 balazos, en pleno desierto de los abrazos. Otro corte a las venas de los ausentes, otra hendidura de agravios desangrados, una llanura de adolescentes con los labios morados. Revivir, remorir, escribir, mejor ni te cuento, otro simulacro de fusilamiento justo acá, en el medio de la mente…

Pero bancá, dejá que te cuente.

Corré un toque a los medios y a los dueños que ni conocés, esos que intentan hablar por vos, para tratar de pensar a los isleños que nacieron después de 1982, una generación completa que pasamos de largo, cuando nos hacemos cargo del dolor, de todo ese horror que nunca venció, que nunca vencimos, que todavía ni desactivó sus minas. Atrás, capaz, descubrimos a las Islas Malvinas, acurrucadas entre la información que siguen ocultando o silenciadas bajo la indignación de verlos votando, como naufragio del cinismo, un camperón con forma de sufragio arriba del colonialismo. ¿Y qué podemos hacer? Volver a volver, humanamente.

Pero bancá, dejá que te cuente.

Un diez por ciento de latinos, un regimiento de jóvenes inquilinos, malvinenses importando incentivos, zimbawenses detonando explosivos, un vuelo por semana, un consuelo sin marihuana, avionetas cual taxis aéreos, camionetas adentro de los stéreos, una sola ruta de conexión, hasta la última fruta de importación, un par de vacas viejas, un mar de mil ovejas, otra cruz en la capilla, una luz bien amarilla, algún vino sanjuanino, algún cover argentino, ningún peligro que aceche y, de repente, ¡el mismísimo dulce de leche! Ex ce len te.

Pero bancá, dejá que te cuente.

Naciste como pudiste, ¿verdad? Mal, genial, más o menos bien… Bueno, estos pibes también, pero además crecieron donde nacieron. ¿Y adiviná que les dijeron? Que sos un verdadero cretino, que sos extranjero y que sos argentino como el ejército que los invadió, hasta que Thatcher los liberó, eso, una picana en los genitales de nuestro sentimiento. Abrían sus ventanales y veían su monumento, con ojos nuevos, arriba del atril: sí, les chupa cuatro huevos el 2 de abril. Porque la novela que les contaron en la escuela preserva toda la energía para otra celebración: 14 de junio, ¡Día de la liberación! Entonces, ¿cómo se te ocurre que puedan votar diferente?

Pero bancá, dejá que te cuente.

Porque claro que podrían leer un poquito mejor el diario, ¡si no estuviera escrito por un director mercenario! Otro pasquín no existe, es como si Clarín fuera nuestro único quiste. Y así, viven anestesiados del susto, sin información. Pues no son colonizados por gusto, son la mejor opción de su conciencia ante la impaciencia de todos nosotros, que para ellos somos «los otros», siempre señalando su cobardía, desgarrando la soberanía y reavivando aquel combate, lejos de cualquier mate, en el peor de los infiernos, en el hervor de los gobiernos o en el error de los tiranos, sin lugar para el amor y ni hablar de seres humanos: si dijo Falkland, ¡que reviente!

Pero bancá, dejá que te cuente.

Falkland Island Company, el monopolio de la construcción, pone los materiales y dispone la condición, desde la conexión de la caldera, hasta la cotización de la madera, con una varita que no hace ruido: toda, pero toda la guita se va para el Reino Unido. Pocos creyentes, terratenientes que saben esquilar, fiestas de 18 adentro del bar, viviendas prefabricadas, tiendas para giladas, dinero multinacional, cero gas natural, modas en sobretodos, kerosene para todas y todos, útiles del Estado, «travelling teacher» al campesinado, petroleros esperando regalías, cruceros al mando de sus guías, obesidad y dieta en plaga, electricidad con tarjeta prepaga, contenedores como galpón, radiadores de calefacción, tabernas para emborracharse, un frío de cagarse, alguna que otra cosa y, desde ahora, La Poderosa… ¡Presente!

Pero bancá, dejá que te cuente.

¿No será peor, loco? A lo mejor, todavía nos falta aprender un poco, pero no de la hipocresía que venden los diarios, sino de los pueblos originarios que continúan editando su historia y alimentando su propia memoria, sin claudicar, ni vengar la evidencia de tanta ilegítima herencia en suelos y raíces, por parte de los abuelos que refundaron ciertos países. Pues así, pensando, gritando, articulando, han ido ensanchando sus derechos y levantando los techos de una cultura que supo subsistir, sin jamás repetir la condena que padeció, para que ninguna criatura deba cumplir la pena de haber nacido donde nació. ¿Soñamos, o puteamos por las redes?

Vamos, contamos con ustedes.