Aya Al Ghazzawi comparte un día en Gaza durante la pandemia del covid-19

Por Aya Al Ghazzawi

Gaza
Foto: Una familia palestina en su casa durante el confinamiento por el brote de coronavirus del 2 de septiembre en Gaza (Mohamed Salem / APA Images)

2 de septiembre de 2020

8 de la mañana: Empiezo el día dando de comer a mis cuatro gatitos y a su madre, Semsem. Están creciendo mucho y cada día están más despabilados. Mis padres piensan que debería regalárselos a quien esté interesado en tenerlos. Pero estos días muchas personas apenas pueden alimentar a su familia. Tener una mascota se ha convertido en un lujo. Imaginaos que yo tengo cinco además de los que puedan llegar… ¡Semsem está preñada de nuevo!

He desayunado con mi familia y echado un vistazo al móvil para conocer las últimas novedades del covid-19. Hay unos 326 casos positivos activos en Gaza. El ministro de sanidad dice que de momento la situación está bajo control pero que tenemos que permanecer en casa hasta que los especialistas mapeen el brote en la asediada Gaza. El coronavirus es un nuevo asedio. Una cuarentena dentro de otra cuarentena.

Mamá me pregunta continuamente por el coronavirus. ¡Me resulta irónico que estemos nerviosos por algo que no sean los ataques israelíes!

Muchos gazatíes han empezado a pensar que, con la pandemia, el mundo y nosotros vamos en el mismo barco. Las bajas de las que hablan las noticias estos días no son el resultado de los ataques aéreos israelíes, que golpearon muchos lugares de la resistencia en los últimos 15 días. Los pacientes que contrajeron el virus no tendrán que someterse a operaciones de amputación como ocurría en la Gran Marcha del Retorno, cuando los francotiradores israelíes apuntaban a las piernas de los manifestantes. Al principio, pensamos sarcásticamente, que estábamos en una fortaleza tras los 14 años de bloqueo impuesto por Israel. La restricción de movimientos nos impedía salir de Gaza y contagiarnos. Estábamos fuera del alcance de la pandemia. El gobierno local hizo lo que pudo para evitar que la pandemia se extendiera en la comunidad. Puso en centros de cuarentena a todo aquel que entraba en Gaza, alejados del resto de la sociedad durante al menos 21 días. Pero sabíamos que era inevitable. Desgraciadamente estamos buscando una humanidad compartida en la enfermedad y la vulnerabilidad. Décadas de deshumanización y desigualdad pueden lograr eso.

¿Será que el coronavirus es el gran igualador? ¿Está ahora el resto del mundo en las mismas condiciones que estamos nosotros?

Gaza
Policías palestinos cierran una calle con barreras de hormigón durante el confinamiento tras el brote de coronavirus en Deir Al Balah, en el centro de la Franja de Gaza, el 3 de septiembre (Foto: Ashraf Amra / APA images)

2 de la tarde: En casa todos estamos sudando. Tenemos un aspecto triste y fatigado. El sol cae a plomo sobre nuestro techo. El viento sopla fuego. Estamos sufriendo una tremenda ola de calor en el mes más caluroso del año. Los ventiladores no funcionan porque no hay electricidad. La única central eléctrica de Gaza se ha visto obligada a cerrar. Los chicos están sentados en el cuarto de los chicos y las chicas en el suyo. Nos cambiamos de ropa una y otra vez intentando no pensar en la colada. Todos soñamos con una ducha. Pero no es posible: nuestros tanques de agua llevan tres días vacíos.

Una hora más tarde, papá trae cubos de agua desde la planta baja. Sube y baja muchas veces para conseguirnos suficiente agua. No tenemos ascensor, por lo que hay que hacer un esfuerzo físico. Dos de mis hermanos le ayudan en la tarea. Insiste en que la utilicemos solo para las cosas necesarias, como lavar los platos y hacer uso del baño.

4 de la tarde: Nos vamos todos al salón. Salimos de nuestros cuartos porque los vecinos han empezado una conversación y podemos escuchar todo lo que dicen. Ellos también pueden oírnos fácilmente. Nuestra ventana da a la suya y viceversa. Creo que esa es una característica común de la mayoría de los palestinos del gueto de Gaza. Se dice que Gaza es el mayor campo de concentración del mundo, en el que dos millones de palestinos viven en 360 kilómetros cuadrados. La intimidad prácticamente no existe. Todo el mundo sabe las historias de todo el mundo. Decidimos dejarles hablar libremente y nos sentamos juntos en una habitación para que tengan cierta privacidad.

“¡Mirad! Los empleados hacen cola frente al cajero automático para cobrar su salario. ¿No tienen miedo de contraer el virus?”, suelta mi hermana. “Tienen que dar de comer a sus hijos, necesitan el dinero”, responde mi hermano. “De todas formas les pagan solo la mitad de su sueldo”, le contesta mi hermana.

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Empleados de la Autoridad Palestina se cubren con mascarillas mientras esperan para recibir su salario del cajero de un banco palestino en el centro de la Franja de Gaza, 1 de septiembre (Foto: Ashraf Amra)

7 de la tarde: Tenemos montones de ropa para lavar. También se nos está acabando el pan. Se supone que tenemos cuatro horas de electricidad al día. Uf, hace un calor terrible aquí dentro y está oscureciendo. Dios mío, danos paciencia. Empezamos a quejarnos.

9 de la noche: Los niños están durmiendo sobre el suelo para refrescarse. Encendemos las lámparas de LED, una fuente alternativa de electricidad. En casa no utilizamos velas, porque algunas familias han muerto y muchas casas han ardido por su culpa. Mamá me pide que llame a mi hermano Muhannad en Argelia, para ver si está bien. “No tengo apenas batería, le llamaré mañana”, le respondo.

10’10 de la noche: ¡La electricidad ha llegado! Todos corremos a enchufar aparatos y cargar teléfonos. Mamá pone en marcha la lavadora, corre al recipiente de la harina y comienza a amasarla para hacer el pan. La ayudamos a cocerlo en el horno eléctrico y a empaquetar el pan en bolsas. Cuando termino voy a navegar en Internet. Las últimas noticias proclaman: “Mueren tres hermanos en el campo de Al Nuseirat cuando una vela prende fuego a su hogar”. Me contengo de gritar que Gaza no necesita más tragedias.

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Palestinos contemplan una casa que ardió en el campo de refugiados de Nuseirat, acabando con la vida de tres niños el 2 de septiembre de 2020. El fuego se inició por una vela utilizada para iluminarse ante la falta de electricidad producida por los cortes de suministro (foto: Ashraf Amra / APA Images)

11’30 de la noche: Me recuesto sobre la almohada pensando en mi gata y sus cachorros, en el accidente de Al Nuseirat y en mi hermano; estoy impaciente por llamarle mañana. La pregunta vuelve a surgir en mi cabeza: “¿Es justo equiparar el sufrimiento del mundo con el nuestro?”. Mi mente responde enfáticamente ¡Claro que no!