La producción agroindustrial representa el 94 por ciento de la huella hídrica nacional. Ante ello, surge el desafío de aumentar la producción de alimentos con menores volúmenes de agua, considerando que se trata de un recurso escaso y desigual en términos de distribución.

agua
Una mujer camina dos horas para conseguir agua que quizás apenas le alcance para cubrir las demandas domésticas básicas de ese día. Otra mujer abre el grifo en su jardín para regar sus plantas, mientras que por otra manguera se carga lentamente la piscina. Ambas necesitan, usan y administran el mismo recurso, ¿pero lo valoran de la misma manera?

El dicho popular «Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde» es elocuente para pensar este escenario, vinculado al lema que propuso Naciones Unidas este año para conmemorar el Día Mundial del Agua: «Valoremos el agua».

El valor del agua no refiere a precio ni costo, que remiten puntualmente al servicio de abastecimiento de agua segura. Es un concepto más amplio que no solo incluye aspectos económicos, sino también sociales, políticos, culturales, religiosos, ambientales. Es el significado, la percepción, la representación que tiene el agua en cada ser social. En este sentido, cuanto más valoremos la importancia del agua, mejor será la gestión que apunte a su cuidado y preservación.

Argentina, junto a los otros 192 países miembros de Naciones Unidas, suscribió la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que establece 17 objetivos y 169 metas, vinculando armónicamente las dimensiones económica, social y ambiental. Uno de esos objetivos, el 6, es «Agua limpia y saneamiento». Y exige «garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos». No obstante este objetivo específico, el agua es transversal al resto, entre ellos el de «Hambre cero».

La producción de alimentos demanda cantidades elevadas de aguaPor ejemplo, para producir un kilo de carne se necesitan 15.500 litros de agua; un kilo de arroz, 2.500 litros; un kilo de queso, 5.000 litros; una hamburguesa, 2.400 litros, y una rebanada de pan, 40 litros.

Oscar Duarte, docente e investigador de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas (FICH) de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), explica que esos litros de agua no solo refieren a los que contiene un producto, sino también a su ubicación en una determinada etapa de la cadena de producción, área geográfica o fuente de consumo.

Para medir este consumo de agua se utiliza un indicador denominado «huella hídrica». Según el experto, la huella hídrica en Argentina es de 51.000 millones de metros cúbicos por año, de los cuales al menos 48.000 millones corresponden al agua utilizada en las actividades agropecuarias. Esto significa que la producción agroindustrial representa el 94 por ciento de la huella hídrica nacional.

Frente a este panorama, ¿Cuál es el desafío? Aumentar la producción de alimentos con menores volúmenes de agua. Para ello, considerar que el agua es un recurso escaso y desigual en términos de distribución es clave para valorizar su importancia estratégica en el desarrollo del país y planificar su aprovechamiento.

En este marco, Marta Paris, docente e investigadora de FICH-UNL, plantea que es necesario avanzar hacia una gestión integrada de los recursos hídricos que garantice un uso socialmente equitativo y ambientalmente sostenible y eficiente del recurso. Si no hay agua dulce en buena calidad y cantidad, no se pueden producir alimentos seguros, es decir, inocuos y nutritivos para una vida activa y sana.

Seguridad hídrica y seguridad alimentaria, dos conceptos que junto al de seguridad energética conforman el «Nexus» y deben articular armoniosamente los Estados como motor del desarrollo sostenible.

*Por Mariana Romanatti, coordinadora del Área Comunicación Institucional de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la Universidad Nacional del Litoral.