El pasado viernes nos dejó una gran madre y luchadora, Mariela Muñoz, que se hizo conocida en el año 1993 por su reclamo ante un juez quien le quitara la tenencia de tres niños que criaba como propios.

 

Criminalizándola por tal motivo que no dejaba de sorprendernos e interpelarnos por ser una madre “diferente”, le dictó un año de prisión en suspenso. Se introdujo en nuestra opinión pública que aún debatía si estaba bien que una mujer transgenero fuera madre y criara hijos, que no siendo de otro modo estarían en la calle. Además Mariela crió y educó a 17 hijos y fue abuela de más de una veintena de nietos con sacrificio y amor en su humilde vivienda en la localidad bonaerense de Berazategui.

No solo milito con su propio y por su propio cuerpo como otra manera de ser mujer, en una realidad muy distinta en aquellos tiempos donde los derechos humanos de las personas trans eran mucho menos respetados, sino que fue mas allá, rompiendo paradigmas de lo que era la “familia” hasta aquel momento. Sobre quienes debían criar a los hijos de nuestra sociedad y hacer legitimadamente la transferencia de nuestros valores y cultura. Por eso no solo fue separada de estos tres niños sino penalizada. Su lucha incansable hizo que luego tuviera en 1997 reconocimiento y fue la primer mujer transgenero en Argentina que a través de un proceso judicial obtuvo su nombre autopercibido en su DNI y de adulta mayor una pensión por su condición que nuestra sociedad la ubicaba en una situación de postergamiento social. También el INADI en ese año la declaro Mujer del Año.

Esta gran luz de lucha personificada en Mariela se apago a los 72 años de edad, convirtiéndose en un icono no solo del colectivo de la diversidad sexo-genérica sino del paradigma de familia y ser madre. Aun hoy luego de una Ley de Identidad de Género modelo a seguir en el mundo que no es patologizante ni judicializante, cuya fuente remite a los Derechos Humanos y a los Principios de Yogyakarta, seguimos cuestionándonos algunos preconceptos sobre valores, moral, naturalidades y antinaturalidades legitimados por una sociedad heterosexista y binaria. Donde los retrocesos y recrudecimientos hacia el colectivo LGBTIQ se ven hoy en día de parte de quienes nos gobiernan, vaciando políticas públicas en los sistemas de emergencias sociales y salud acentuando la violencia institucional.

Hoy es recordada con cariño y como un emblema de quienes luchan día a día por una sociedad más justa e igualitaria desde el postergamiento, la discriminación, estigmatización social, pudiéndose abrir paso desde otras condiciones humanas para luchar contra la opresión en una hoy creciente Derecha conservadora que avanza sobre nuestros cuerpos.