Por acarrear grandes cantidades de nutrientes, los pulsos de agua resultan beneficiosos para el ambiente y la productividad vegetal y animal de la región. Técnicos del INTA sugieren gestionar el riesgo para evitar pérdidas en las actividades agropecuarias.

 

Campo Delta

“Los campos ríen cuando las riberas del Nilo se inundan”, se lee en los antiguos textos de las pirámides de Egipto. Así, gracias al río y a su beneficiosa crecida anual, se constituyó una de las civilizaciones más importantes de la Antigüedad. Es que los campesinos egipcios supieron aprovecharse de sus ciclos de inundación y estiaje. En la actualidad, algo parecido sucede en el Delta con las crecidas del río y los beneficios que aporta a los suelos.

Es que se trata de una zona de humedales representativos, raros o únicos, de importancia internacional para la conservación de la diversidad biológica. Así lo entendió el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación quien, recientemente, declaró al Delta del Paraná como un sitio Ramsar. El nombre se lo debe a la abreviatura de la Convención de Ramsar, un tratado intergubernamental que ofrece el marco para la conservación y el uso racional de los humedales y sus recursos.

Para Ernesto Massa –técnico del INTA Paraná, Entre Ríos– “las inundaciones forman parte de la dinámica natural de los humedales del Delta y, por esto, resultan fundamentales para el ambiente y las producciones que allí se desarrollan”.

En esta línea, el especialista destacó el aporte del flujo de nutrientes que acompañan al agua: “Conocido como pulso hídrosedimentológico, estas grandes cantidades de sedimento (limo, arcilla y arena) y de numerosos nutrientes como fósforo y nitrógeno fomentan el crecimiento vigoroso de la vegetación, al momento del estiaje”.

A fin de preservar el ambiente y los humedales, Massa recomendó evitar el sobrepastoreo de ganado que acarrea una degradación ambiental y genera la eliminación de algunas especies forrajeras.

“Es importante decidir estratégicamente cuántos animales se pondrá a pastorear, en qué momento del año y cuánto tiempo”, indicó el técnico y agregó: “Para esto, se debe tener en cuenta que la receptibilidad de los campos varía con los años y con la condición hidrológica”.

Para un diseño de pastoreo acorde, Massa recomendó tener un mapa de la vegetación presente en la isla y qué superficie ocupan.

“Una vez que la hacienda está en la isla, hay que evitar los suelos desnudos, tenerlos cubiertos con vegetación para evitar, entre otras cuestiones, una excesiva erosión, cuando crece el río”, indicó Masa.

Asimismo, reconoció que las crecidas complican el normal desarrollo de las producciones y demandan un desembolso extra: “Desde el Estado tenemos que trabajar para gestionar el riesgo de inundaciones –cada vez más frecuentes debido al cambio climático– a fin de que no perjudiquen a los productores”, dijo Massa.

Como las islas tienen una topografía diferente, el pulso hídrico varía y para el momento en el que el agua se retira, el especialista en ganado de isla aconsejó “monitorear los ambientes y tratar se esperar a tener buenos volúmenes de biomasa para que la hacienda puedan pastorear sin exponerlos a más estrés”.