En agosto, cuando la primavera comienza a insinuar vida nueva de los campos invernales y los campesinos a trabajar la tierra para cultivarla, los pueblos andinos originarios celebran la Pachamana, la madre tierra, la que nos da de comer y finalmente nos comerá.
Pachamama viene de “Pacha”, tiempo, mundo, cosmos y espacio y “Mama”, madre. Es la forma que toma en los Andes el principio pasivo, femenino, nutricio, maternal, complementario del principio activo, fecundante, masculino, que todas las tradiciones simbolizan en el sol, y que en los Andes se llama Inti.
La veneración de la tierra es el rito más extendido, antiguo y persistente de la América ancestral (Abya yala), el que ha permitido resistir a los pueblos originarios cinco siglos de dominación brutal y les da una fuerza inagotable.
Madre venerada o esclava explotada
La crisis que viene padeciendo la humanidad desde la eclosión sin contrapeso del racionalismo europeo, la expansión del capitalismo y el desborde de la civilización occidental sobre el planeta, retiró a la tierra de su posición de madre venerada para convertirla en esclava explotada y vapuleada.
Sin embargo, no se puede negar la propia naturaleza sin incurrir en suicidio. Es lo que algo confusamente todavía entienden cada vez más personas, que aunque condicionadas por los modos de actuar y pensar occidentales, buscan reencontrar el saber que no debimos abandonar nunca.
Sobre el fundamento ofrecido por Inti y Pacha, la imaginación popular ha tejido en los Andes numerosísimas leyendas, algunas muy creativas.
Uno encuentra la morada de Pacha en el Carro Blanco, el Nevado de Cachi, y señala que en su cumbre hay un lago y una isla en el medio del lago. En la isla hay un toro de cuernos de oro que cuando muge lanza nubes de tormenta por la boca.
La Pacha ha debido revestirse con los paños que quiso imponerle la iglesia católica, pero ha terminado metabolizando todo lo que le llegó de afuera: como María, virgen de la Candelaria o lo que sea, no dejó nunca de ser la Madre Tierra.
Se puede ver entonces en Salta y Jujuy una procesión de creyentes detrás de una imagen de la virgen, conducidos por un cura católico, pero enseguida se advierte que la ceremonia es mucho más propia de los ritos ancestrales que de los católicos.
Fertilidad o virginidad
Allí se consume coca, se riega la tierra con aguardiente y se entierran ofrendas de comida, la comida que la Pacha nos regala. La Pacha es la fertilidad, pero María es la virginidad, más cerca de la negación de la fertilidad que de su confirmación.
La virginidad no tiene valor entre los quechuaymaras, que conocen la institución del “casamiento a prueba”. Ellos no conocían la propiedad privada, y menos de la tierra, en tanto que la virginidad está directamente relacionada con la propiedad, extendida a la mujer como cosa.
Las ofrendas a la Pachamama
El primero de agosto, el día inicial del mes, es el día de la Pachamama. Ese día comienzan los festejos con el entierro cerca de la casa de una olla de cerámica con comida cocida, coca, alcohol, vino, tabaco y chicha para alimentar a la Pacha y devolverle simbólicamente lo que ella nos da.
Ese día hay que atarse a los tobillos, las muñecas y el cuello cordones de hilo blanco y negro para evitar el castigo de la Pacha, para que no nos mande malas cosechas.
En las viviendas, incluso en las mejores, hay un círculo en un lugar central que permanece cubierto todo el año, pero se destapa en agosto para recibir las ofrendas a la Pacha.
Se “abre la boca” de la tierra y se depositan allí ofrendas de comida y bebida. El tabaco tiene en los Andes un valor similar a la yerba mate en el Litoral. Por eso todos colocan un cigarro encendido alrededor de la boca del círculo y esperan que se consuma hasta el final.
Respetando la dualidad de que Inti y Pacha son modelo, se van acercando al círculo por turno un hombre y una mujer, salpican la tierra con alcohol y hojas de coca. Después colocan recipientes con alimentos productos de la tierra y arrojan vino, chica y jugos de frutas.
Hay papel picado, serpentinas, coplas, canto y se almuerza en común, porque en una propiciación de la fertilidad no puede faltar la alegría.
La celebración de la Pachamama se resume para los andinos: «Pachamama Santa Tierra». Al igual que sus hijos, come, bebe, respira y descansa: es una madre llena de vida, pero para recibir su protección debemos protegerla y para recibir un buen alimento debemos alimentarla.
La tierra es Pachamama en toda la región andina, y los pueblos indígenas de América la veneran como Madre Naturaleza.
Para los guaraníes la tierra es madre, vida y libertad. Los collas dicen que Pacha está en su mente, sus labios y su corazón. Y para el jefe Seattle la tierra no es de los hombres sino los hombres son de ella.
Eduardo Galeano reproduce algo que escuchó en las montañas del Perú: “¿Tiene dueño la tierra? ¿Cómo así? ¿Cómo se ha de vender? ¿Cómo se ha de comprar? Si ella no nos pertenece, pues. Nosotros somos de ella. Sus hijos somos”.
Europa en América
Los europeos que invadieron Abya-Yala (América) a partir de 1492 impusieron por la fuerza a los pueblos que encontraron en el continente cambios de todo tipo, además de exterminarlos en muchos casos y someterlos a la explotación más inicua.
Uno de esos cambios fue la suplantación obligatoria de ritos ancestrales por ceremonias católicas, que nunca pudieron sino tapar a medias el sentido original, que siempre se transparentó para los nativos.
Por eso se ha podido decir que a pesar de todo se conserva intacta la semilla pura de la religiosidad de Abya-Yala, que puede germinar de nuevo tan pronto el proceso de disolución que afecta a occidente lo someta a una crisis que todavía no toma forma pero que parece inminente de no corregir el rumbo.
Las fiestas disfrazadas
Dos de las fiestas andinas son las solsticiales, que se celebran el 21 de junio y el 21 de diciembre, días de máximo alejamiento del sol de los paralelos equinocciales. La finalidad es propiciar su regreso para que nunca deje de fecundar a Pacha, la tierra, y permita la germinación y maduración de los frutos que nacen de nuestra la Madre Tierra.
Los sabios amautas y los achachilas de los Andes enseñaron a venerar la Pacha como fuente inagotable de vida que nos provee alimentos y medios de protección contra desastres naturales, permite la convivencia con los otros hombres, con la naturaleza y con los otros seres vivos.
Para la visión andina, el equinoccio de primavera simboliza la época en que la tierra está en su máxima pureza y fertilidad, desnuda, virgen, lista para recibir la semilla. Entonces se festeja el Kuya Raymi para agradecer a Pacha y venerar también a la mujer.
La semilla plantada es alimentada y protegida por la tierra, donde pasa de la muerte a la vida.
Para el solsticio de verano, el 21 de diciembre, la semilla ha surgido de la tierra como una planta pequeña pero viva.
Es entonces la fiesta del Inti Qhapaq Raymi, que celebra la influencia del sol, que junto con todo el cosmos ha renovado la vida en el vientre virgen de la Tierra.
El ritual del Qhapaq Raymi es fiesta de la vida nueva, dedicada a los niños y jóvenes, que se integraban como parte activa de la sociedad andina.
Estas fiestas sufrieron al tener que acomodarse a las impuestas por el catolicismo de los invasores. Los curas exigieron que en lugar del Inti Raymi se celebre la fiesta católica de San Juan.
El 21 de diciembre la fiesta del Qhapaq Raymi fue superpuesta artificiosamente con la Navidad y los cantos ancestrales, denominados Chauntunkis, fueron en adelante villancicos.
Cinco siglos de matanzas, esclavitud, cruz, espada, inquisición, aculturación y bastardeo no han sido suficientes para matar la identidad andina.
Hay gente entre nosotros que sin vinculación étnica ni cultural con los quechuaymaras, ve la necesidad de completar su propia insuficiencia y siente como un dolor propio el malestar a que está sometida la civilización de occidente, generadora de una depredación sin sentido ni futuro.